El principio de Todos muertos tiene aspecto de pesadilla sarcástica, una sensación que va en aumento conforme avanza la impactante lectura y un múltiple baile de máscaras se une a un rosario de crímenes. En Todos muertos nada es lo que parece, y así una vieja resultará ser un joven homosexual, tres presuntos policías ocultan a otros tantos delincuentes..
Coffin Ed y Grave Digger no son muchachos simpáticos. Ni siquiera pretenden aparentarlo. Hasta sus nombres son rudos y malsonantes: Ataúd Jhonson y Sepulturero Jones; el antes y el después del último negocio, de la pérdida definitiva. Son feos, brutales, con sus caras marcadas por heridas y quemaduras de ácido, y no hacen nada para remediarlo Arrastran sus asombrosas humanidades en un círculo que tiene su centro en el cruce de la 125 con la 7.ª avenida, respondiendo a eso que los blancos llaman delito con desmedidas y aparatosas ráfagas, de violencia. Se han hecho en Harlem: lo peor no es que sean policías, sino que son negros, que tienen la piel teñida y no se avergüenzan.
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